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Se acerca el nuevo cónclave

Cuando el mundo católico queda a la espera de un nuevo Papa, todas las miradas se dirigen al Vaticano, donde un evento cargado de historia, tradición y simbolismo se pone en marcha: el cónclave. Esta ceremonia, que a primera vista parece sacada de otro siglo —y, en parte, lo es— sigue siendo uno de los procesos electorales más singulares y solemnes del mundo. Pero, ¿qué ocurre realmente detrás de los muros de la Capilla Sixtina cuando llega el momento de elegir al nuevo líder de la Iglesia Católica?

Un encierro con siglos de historia

La palabra cónclave proviene del latín cum clave, que significa “con llave”, lo cual es bastante literal: los cardenales se encierran sin acceso al mundo exterior hasta que logran elegir al nuevo Papa. Este ritual tiene sus raíces en el siglo XIII, cuando los fieles y autoridades civiles de Viterbo, cansados de una elección que se prolongaba durante años, decidieron encerrar a los cardenales hasta que tomaran una decisión. Incluso les redujeron la comida y quitaron el techo para apurar el proceso. A partir de ahí, la Iglesia estableció normas más claras para evitar tales excesos.

¿Quiénes votan?

Los encargados de elegir al Papa son los cardenales menores de 80 años. Su número varía, pero no puede superar los 120 electores, según las reglas actuales. Todos ellos se reúnen en Roma tras la Sede Vacante, es decir, el periodo en el que no hay Papa, ya sea por fallecimiento o renuncia, como sucedió con Benedicto XVI en 2013.

Antes de entrar en el cónclave, los cardenales participan en reuniones llamadas congregaciones generales, donde se analizan los desafíos actuales de la Iglesia y el perfil ideal del futuro pontífice. No se vota aún, pero estas conversaciones permiten conocer posturas, intenciones y alianzas discretas.

El ingreso a la Capilla Sixtina

El día del cónclave, los cardenales procesionan hacia la Capilla Sixtina vestidos con sus trajes rojos, mientras se entona el himno Veni Creator Spiritus, invocando la guía del Espíritu Santo. Una vez dentro, se pronuncia la frase “Extra omnes”, que significa “¡Fuera todos!”, marcando el momento en que sólo los cardenales electores permanecen.

En ese momento, se cierra literalmente la puerta, y empieza uno de los procesos más misteriosos del mundo moderno.

Las votaciones

Cada día pueden realizarse hasta cuatro votaciones: dos por la mañana y dos por la tarde. Para ser elegido Papa, un candidato debe obtener una mayoría calificada: dos tercios de los votos.

Los cardenales escriben a mano el nombre de su elegido en una papeleta y la depositan en un cáliz sobre el altar. Luego, los votos se cuentan en voz alta. Una vez finalizada cada ronda, las papeletas se queman en una estufa especial. Si no hay elección, se añade una sustancia química para producir humo negro. Si se alcanza un acuerdo, se queman las papeletas sin químicos, y el humo blanco anuncia al mundo que hay un nuevo Papa.

El momento del “Habemus Papam”

Una vez elegido, el nuevo Papa es invitado a aceptar el cargo. Si dice que sí —algo que nunca ha sido rechazado en tiempos modernos—, se le pregunta qué nombre desea adoptar como Sumo Pontífice.

Después de vestirse con la sotana blanca, el nuevo Papa se asoma al balcón central de la Basílica de San Pedro. El cardenal protodiácono pronuncia entonces la célebre fórmula: “Habemus Papam!”, y el nuevo pontífice ofrece su primera bendición Urbi et Orbi.

Más allá del humo blanco

Aunque el cónclave es profundamente tradicional, en el fondo es también una elección cargada de humanidad: debates, dudas, reflexiones espirituales y decisiones trascendentales. No se trata simplemente de escoger un líder administrativo, sino a un guía espiritual para más de mil millones de personas. Por eso, cada elección es también un momento de renovación y esperanza.

El cónclave, en su mezcla de rito antiguo y trascendencia moderna, sigue capturando la imaginación de creyentes y no creyentes. Porque detrás de esos muros centenarios, se decide el futuro de una de las instituciones más antiguas del mundo.

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